No sé cuántos años tenía cuando me di cuenta. 9… 10… no sé.
Ostras.
Nunca. Jamás. Pasara lo que pasara. Jamás. Nunca en la vida tendría una hermana gemela.
Parecerá una tontería pero hasta entonces yo sabía que era complicado por el mero hecho de que mi madre no quería tener más hijos, pero no creía que fuera imposible del todo. Nunca hasta ese momento. Ese instante en el que, sin venir a cuento, sin estar siquiera pensado en ello, mientras jugaba o hacía vete tú a saber qué, lo vi. Así, fugaz y resplandeciente. Como un flash que ilumina por un segundo la negritud y te sitúa en la escena.
Ah, que estás aquí. Cuidado, no te choques con el sofá.
Clarísimo. Lo vi clarísimo. Pero quise cerciorarme.
– Mamá… Entonces… ¿Yo ya nunca tendré una hermana gemela?
No se molestó ni en sorprenderse. Siguió a lo suyo mientras respondía.
– Pues no. Evidentemente, no.
Mierda.
Evidentemente.
Me fui a mi habitación, abatida. Estaba desolada. Llevaba tanto tiempo perfilando la idea de tener una hermana gemela… que no me podía creer que ya no fuera posible. ¡Es que era la solución a todo! Cuanto más lo pensaba, más me convencía. Alguien como yo a quien no pudiera defraudar. Alguien a quien nunca le pareciera excesiva o poca cosa. O fea. O demasiado alta o demasiado baja. O desgarbada o torpe o rara. O empollona o tonta…
Alguien yo.
Lloré mucho. Lloré con rabia, no por esa hermana que ya no iba a tener, que al fin y al cabo –comprendida la base biológica del asunto– no estaba en mi mano. Lloré porque no le había pedido a nadie que me enfrentara a esa realidad. Ni siquiera a mí misma. Lloré porque no quería saberlo, no quería asumirlo. No me apetecía nada. Lo único que me apetecía era seguir creyendo que algún día tendría una hermana gemela. Y ya no podía.
Lloré al ser consciente de que había perdido la batalla y la guerra. Porque nada había salido como estaba planeado. Y porque ya no había nada que yo pudiera hacer. Es más… nunca lo hubo.
***
Desde entonces, mi hermana gemela ha estado a mi lado, atesorando mis pequeñas -y no tan pequeñas- decepciones. Las colecciona para mí. Tiene un álbum de estampitas con escenas que nunca sucederán. Nunca. Por mucho que me esfuerce, llore o patalee. Un álbum con todas esas cosas que ya nunca saldrán como yo las había imaginado.
Cosas como plantarle cara a La Vero, por ejemplo, en el instituto. Decirle que ella era más fea que yo. Y estaba más gorda. Y que no me llegaba a la altura del betún en inteligencia. Ni en simpatía. Ni en nada.
Marcar a última hora la casilla correcta en la instancia de la universidad. Confiar en mi capacidad de ser médico. O lo que yo quisiera. Tomar las riendas.
Una foto de familia –todos en vaqueros y camisa blanca– sentados en un precioso jardín verde.
La noche de bodas, botón a botón.
Quedar a la salida del cole para volver juntos a casa. Comentar la última tutoría. Celebrar las notas.
Encontrarnos al final del día, desnudos, para ver qué hacemos con la mayor, que sigue demandando demasiada atención. O con la mediana, que no ha quedado como esperaba en su competición y no quiere hablar del tema. O con la pequeña, que se ha hecho un ovillito hacia adentro y no encontramos el cabo por el que empezar a desmadejar…
No poder acabar la conversación.
Llamarte para que compres tú el pan, que a mí no me da tiempo.
Mi fiesta sorpresa al cumplir los 40.
La cara del mi padre al ver a su ahijada preciosa de blanco. Sin saber nada del vestido. Sorpresa, como cuando me casé.
Hacer el amor embarazada de ti. Descubrirte mirándome de madrugada. Renovar nuestras promesas cada año, frente al mar. Cambiarle el final a Los Serrano. Gritarle “GRACIAS” a las estrellas. Sentir que merece la pena volver a confiar, a amar, porque todo es verdad. Porque esta vez sí. Construir tras el error aprendido. Más fuertes, más valientes, más unidos que nadie frente al Universo. Ese Universo que nos encontró.
Y al que decepcionamos después.
La vida que soñé. Como la soñé por primera vez.
O como la soñé la segunda vez. Como si soñar fuera fácil…
Todas… todas esas cosas que ya no pasarán.
Todas esas fotos que ojea cada tanto mi hermana gemela, esa que nunca tendré. Ajadas las esquinas, húmedas de pena.
Porque ya sé que la lista de todo lo que sí ha pasado es mayor. Y mejor.
Pero no me apetece verla. Hoy no.
Hoy
Lo único que me apetece es tener una hermana gemela.