Una de las cosas que más me preocupaba cuando estaba casada con El Padre de las Criaturas era qué iban a aprender Mis Monas sobre el amor. Sobre la vida en pareja, el matrimonio, la convivencia…
No me gustaba el ejemplo que estábamos dando. No quería que crecieran pensando que eso que teníamos era lo normal. No quería que lo buscaran en sus futuras parejas.
Supongo que estarás harto de recibir mensajes de despedida. Cansado de reproches, de que todos deseen que te acabes y que te vayas.
Que te vayas y que no vuelvas.
Por eso te escribo. Porque me parece injusto tanto desprecio. Y no quiero que te acabes sin despedirme de ti… y sin darte las gracias.
Gracias por la inesperada felicidad. Por la ilusión. Gracias por las risas, las mariposas y los calambritos. Por las chispas. Gracias por los mensajes bajo las sábanas y las noches en vela. Por el vino, las estrellas, los peces y los Beatles. Gracias por los pinos. Por la nieve y el mar. Y por la pista de patinaje. Gracias por la moto y el viento en la cara.
Gracias por los besos. ¡Por tooooodos los besos! Por las caricias, la piel, las pupilas, las ganas, las lágrimas y el deseo.
Gracias por darnos la oportunidad de mirarnos de frente. Y recorrer juntos este camino. Gracias por los niños. Cuando están… Y cuando se van.
Gracias por dejarme saber qué se siente cuando te aman como tú amas. Y de pronto todo encaja.
Sería absurdo negar que algunas cosas te han sobrado. Lo de los piojos en Nochebuena no te lo perdono… 😉
Siete años desde que naciste y siete y un poquito desde que encendiste el interruptor de mi luz interior precisamente desde ahí… Desde dentro. Desde mis entrañas.
Todas las mañanas, cuando llegamos al colegio, la Ingeniera de Cominos me da un beso acelerado en la puerta y se va corriendo al rincón del patio donde queda con sus amigas.