¡Busca!

“¡Busca!, ¡Busca!, ¡Busca!”

Todavía recuerdo con temor aquella palabra perforando mis oídos y guiando sin sentido la prolongación de mi cuerpo sobre el suelo, empujándome a la nada sin dejarme pensar.

“¡Busca!”, me decía, y yo intentaba razonar, pero era tal la urgencia de encontrarla que apenas si podía coordinar el movimiento por los pasillos laberínticos de la barroca mansión.

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La galletita

Hoy hace 21 años que escribí La Galletita. Tenía entonces 18 recién cumplidos y mucho miedo. Miedo a vivir. Miedo a no vivir…
A morir también, pero sobre todo a no VIVIR, así, con mayúsculas.

Parte de ese miedo era real y al final, caí. Caí rendida ante el pánico a fracasar y estuve ciega y vacía mucho tiempo.

Ahora ya no tengo tanto miedo, pero me siguen dando vértigo muchas cosas…
¡Qué vértigo la vida!
Qué vértigo la soledad… la incomprensión…

Qué vértigo ser ahora esa madre…

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El ‘peti’

A mis dos nenicas, por la terapia gratis

De repente un día te levantas con el amor subido y, sin saber por qué, empiezas a preparar café para dos, aunque tú vas de superliberada por la vida y presumes de que no necesitas que nadie te caliente la leche ni nadie a quien calentársela. Con perdón.  Sigue leyendo

Imagen

…Y coincidir

Cuando era pequeña (y repelente, lo sé), me afectaba mucho todo lo que me decían. Después también… aunque de eso me di cuenta mucho más tarde. Cuando me sentía mal, solía hacerme un ovillo en la moqueta de nuestra primera casa, cerraba los ojos y me imaginaba a mí misma ahí sentada, sola, vista desde un cohete que subía y subía… y que se iba alejando al tiempo que yo me hacía cada vez más y más pequeñita… hasta que ya no se me veía… hasta que desaparecían mi casa, los tejados, mi ciudad, mi país, los otros países, los continentes, mi planeta, los otros planetas… y sólo se veían estrellas y cielo negro. Sigue leyendo

Hoy en el cielo huele a empanadillas dulces

Mi abuela no era la mujer más cariñosa del mundo, seguramente porque por sus venas corría mucha sangre castellana, de esa que da personas recias, firmes, con el corazón tan enorme como esas manos siempre dispuestas para trabajar y las piernas clavadas con fuerza a la tierra. Sigue leyendo