Últimamente, mi Medianita Favorita tiene «pescadillas» por las noches, así que cuando nos acostamos y terminamos de leer el cuento me pide que le diga cosas bonitas para soñar con ellas y que no lleguen los sueños malos.
El primer día me hizo muchísima ilusión que me lo pidiera… Me tumbé con ella, las dos juntitas, frente a frente, sintiendo su respiración. Ella cogió sus guau-guaus -dos caniches rosas de peluche que le acompañan desde que era un bebé- uno de ellos debajo del codo, el otro agarrado por el rabito, y empezó a redondear el pompón peludo del final mientras se chupaba su dedito. Iba a regañarla… pero no pude… Me pareció que fue antes de ayer cuando estaba yo en ese otro lado, cuando yo misma encontraba consuelo en ese mismo pulgar… Recordé lo bien que me sentía… la paz que me proporcionaba… Y lo dejé estar.
Le pedí que cerrara los ojos y me dispuse a hacer alarde de mis dotes imaginativas -que tampoco son excesivas, todo hay que decirlo- para crearle un universo mágico con el que soñar y poner barreras a las «pescadillas».
Ante sus inmensos ojos cerrados comencé a dibujar un paraíso de purpurina y flores multicolores en el que unicornios alados volaban entre arco iris brillantes y nubes de algodón de azúcar. Los árboles se convertían en piruletas de todos los sabores y ella reía y saltaba entre hadas y setas llenas de simpáticos gnomos, haciendo piruetas perfectas como una auténtica campeona de gimnasia rítmica.
Un vestido lila y una capa rosa, y la cabeza coronada con una tiara de oro y piedras preciosas, la convertían en la princesa más feliz de aquel reino mágico, en el que ella iluminaba el cielo gracias a su radiante sonrisa y a su varita mágica, con la que podía hacer realidad cualquier deseo.
Con ella trotaban y reían sus Muy-Súper-Mejores Amigas, con las que coreaba canciones inventadas por las tres que hacían sonreír a los pajaritos. Cuando, extenuadas y muertas de la risa, rodaban ladera abajo por un prado de hierba de gominola, aterrizaban en un festín de tortitas Máster Chef, bocatas de «chori» y helados de nata…
En ese punto mi precioso Koala ya había relajado el ritmo con el pulgar, que caía sobre el labio, y su respiración era lenta y profunda… La besé despacito y le dije que siempre sería la dueña de sus propios sueños… y la reina de los de mamá…
Al día siguiente, con las prisas, se me olvidó preguntarle por su sueño, pero por la noche me volvió a pedir que le contara cosas bonitas, así que deduje que mis palabras habían funcionado… y me sentí feliz y orgullosa de mí misma. Me tumbé con ella, las dos en la misma posición que el día anterior, y le pregunté si quería otra historia súper chula. Ella me miró, se lo pensó un segundo antes de contestar, cogió mi cara con sus dos manitas y me dijo: «bueno, mami… chula como la de ayer sí, pero… ¡¡¡con frases cortas, por favor!!!».
Me encanta El Koala!!!
Yo tb tomo nota, pq lo resumir…no es lo mío.
Me gustaMe gusta