No sé por qué siempre me toca a mí ser la madre.

Siempre el papel de adulta en esta obra interminable.

Qué fastidio.

 

No sé por qué tengo que andar todo el día apuntalando una sonrisa para convencerte de que –pese a todo— hay que seguir creyendo en la Magia.

“Que está en todas partes, créeme. Que solo tienes que aprender a verla desde este otro lado”.

No sé por qué… si en realidad desde este otro lado no tiene ni puñetera gracia.

No entiendo por qué tengo que enjugar tus lágrimas y sostener tu decepción si yo aún siento la punzada de la mía.

No sé cómo voy a abrazarte y consolarte y convencerte de que también en esto encontraremos el lado bueno… si ni siquiera yo logro verlo. Si todavía duele ese primer dolor. La bofetada de esa primera gran mentira.

Si todavía necesito que me abracen. Que me consuelen. Que me convenzan de que no fui una estúpida por creer. Que me engañaron, sí, pero que fui feliz.

Al menos un tiempo.

 

No quiero ayudarte a seguir confiando.

Bueno, si quiero.

Pero no puedo.

O no me apetece, no sé…

No tengo ganas de decirte que no sufrirás más. Que esta no será la primera de tantas.

 

No sé con qué sostener esta mueca de payasa. Qué hacer para que me creas. Cómo engañarte con esta farsa envuelta en papel de colores. Cómo sonar convincente cuando te mienta y te diga que caer y volver a levantarse es posible.

Que las heridas cicatrizan y todo vuelve a ser igual.

Que el aprendizaje de la vida solo te hace más fuerte, más libre y más feliz.

Sujetando tus sollozos con los míos atados a los dedos. Enredados. Llenos de nudos.

 

No sé cómo hacerlo, pequeña.

No sé cómo ayudarte a hacerte grande.

Si yo no quiero serlo.

Si yo lo único que quiero es hacerme un ovillo contigo.

Y mirarte a los ojos y decirte que no.

Que los Reyes Magos no somos los padres.

Que los padres no engañan. Ni mienten. Ni decepcionan.

Que la Magia existe.

Y que todo irá bien.

Siempre.

 

📸 José A. García